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Redactado: 19 de marzo de 1985.
Fuente para la presente transcripción: Jorge del Prado,
“Un encuentro inesperado”, revista
QueHacer, Núm. 34 (Lima,
abril de 1985), págs. 90 y 91.
Esta edición: Marxists Internet Archive, diciembre 2025.
Fue un encuentro inesperado, pero muy emotivo, que considero de especial significación en mi existencia. Ocupábamos departamentos contiguos en el Hospital Loayza. Las enfermeras que atendían a ambos me lo hicieron saber con una entonación a la vez cariñosa y sedante, y al día siguiente me transmitieron su saludo. Luego, entraría él mismo a mi habitación, en su silla de ruedas, para expresarme su afecto con un fuerte abrazo.
¿Qué le indujo a hacer eso? De él no se podía esperar simples razones de vecindad y cortesía. Tampoco los sentimientos de consideración y solidaridad basados en el quehacer político, en una determinada filiaci6n o un deber partidario. Lo guiaba. indudablemente, un sentimiento distinto, pero tal vez más hondo que tratare de interpretar en estas breves líneas.
Nos habíamos conocido en Barranco allá por los años 26 y 27 antes de nuestra común amistad con Mariátegui. Años después fue el mismo José Carlos quien me induciría a apreciar en su justo valor el singular barroquismo de su poesía, no obstante su contenido apolítico que en un comienzo -en plena fiebre infantil de ultraizquierdismo- me pareció injustificable.
Él había sido, más bien, un amigo muy cercano de mi hermano Julio y había formado un mismo circulo de jóvenes intelectuales barranquinos, entre los que se encontraban el dibujante y pintor Eduardo Calvo, el poeta Rafael Méndez Dorich, y en cierta medida también el poeta Pablo Bustamante y Basagoitia y el narrador José Diez Canseco, pertenecientes a una generación anterior. “La Casa de Cartón” y “El Diario del niño Julio” (de mi hermano) se elaboraron en la misma época y habían sido entregados a la Editorial Minerva y a la redacción de “Amauta” casi simultáneamente. En ambos casos, eran vivencias contemporáneas, aunque distintas de dos adolescentes que encontraron en José Carlos su característica acogida hacia los nuevos valores. Yo no participaba de esas actividades, y no fui, por eso, amigo cercano de Rafael de la Fuente. Más tarde, con el fallecimiento físico de Mariátegui y el ulterior cierre de “Amauta”, nuestras trayectorias se distanciaron más.
Sucedió, sin embargo, que no nos habíamos olvidado uno del otro.
En el hospital tuvimos dos conversaciones cálidas y amenas, relativamente largas y, en cier-ta medida, intimas. Además de los comunes recuerdos de un pasado juvenil contemporáneo, hablamos también, inevitablemente, de lo que ahora estaba sucediendo en el país. Y todo ello nos llevó nuevamente a reencontrarnos con Mariátegui, con su pensamiento y sobre todo con su diáfana conducta, a despecho de nuestras diversas vocaciones y de nuestras distintas experiencias. Comprendí entonces que el “aislamiento” de Martín Adán, “su vida solitaria”, su supuesta misantropía, no eran tales, espiritualmente hablando. Él era un creador de belleza no para su consumo interno. Entre remembranzas, opiniones y observaciones certeras, dichas generalmente en tono jocoso, afloraba su profunda preocupación por el destino de nuestro pueblo y se hacía presente con una fuerza inusitada su sensibilidad social y su entereza en el juzgamiento de los hechos actuales y sus protagonistas políticos, con comillas y sin ellas. Se hizo igualmente muy claro para mí que él nunca había dejado de ser -tal vez sin creerlo- cercano amigo de Mariátegui y de sus ideas; nunca había dejado de comprender que el esfuerzo de nuestro Amauta estuvo orientado, como él mismo dijera, a “dignificar y embellecer la vida”. Comprendí, asimismo, el significado del fuerte abrazo con que me saludaba en el primer día de mi hospitalización.
El tema principal de las dos conversaciones que allí tuviéramos fue, precisamente, la conducta humana. Y, cuando más tarde acudí de nuevo a su lecho para saber el resultado de la operación quirúrgica que en esos días le hicieron, él aceptó con especial deferencia que nos tomaran algunas fotografías juntos. Gesto que repitió cuando me despedí de él por haber sido dado de alta.
Sus palabras de entonces estuvieron anima- das de reiterada solidaridad, mezcladas con un sentimiento de amistad renacida, de acercamiento humano muy profundo. Fue tal vez un mensaje de otros tiempos, de los tiempos de nuestra vida barranquina, dirigida a los nuevos tiempos que estamos construyendo con la participación de su obra artística.
19 de Marzo, 1985.